Por Edgar Vidaurre
“No hace falta adornar la apariencia para convocar la belleza,
en todo caso lo que haría falta es liberar al paisaje de nosotros 
mismos.”
CG Jung
“En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la 
faz del abismo,
y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.
Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz. Y vio Dios que la luz era bella y 
buena…
separó entonces Dios la luz de la oscuridad”
Capítulo 1 del Génesis
La Belleza en sí misma. La belleza abstracta… 
Platón y 
la belleza ideal. Que es  La Belleza?… existe  La Belleza?... 
La Belleza es un ente,  una 
realidad?... o por el contrario, es un ideal, un desplazamiento y un 
reflejo en lo concreto de nuestra necesidad mental de perfección?… 
Es La Belleza el resultado de la interacción entre la forma, lo visible, lo 
audible, lo perceptible y la psique del ser humano?...  será  La Belleza
solamente un atributo de la  apariencia  visible de la materia y que  le 
otorga subjetivamente el observante, o será más bien un reflejo, una 
imagen concreta de esa otra belleza invisible a los ojos?
Se puede hablar de  La Belleza por sí misma como esencia ontológica 
independiente, como abstracción, o por el contrario es  La  Belleza un 
fenómeno existencial y vivencial con múltiples determinaciones, en 
definitiva: una experiencia? De ser una experiencia, será una 
experiencia de orden estrictamente psicológico?...  De tener  La Belleza
una naturaleza puramente psíquica, tendría los atributos de los 
arquetipos que constituyen lo que Jung llamó El Inconsciente Colectivo, 
o podríamos decir que La Belleza es absolutamente subjetiva y por ende 
perteneciente exclusivamente a la psique individual (por ende con un 
marcado carácter relativo) de cada ser humano?
Por otro lado, sea lo que fuere  La Belleza, estará ésta vinculada 
solamente con nuestra capacidad sensible de percibir a través de 
nuestros sentidos biológicos (vista, oído, gusto, olfato y tacto) o también 
estará vinculada con nuestra capacidad inteligible de percibir aquello 
que está más allá de lo meramente físico? Está  La Belleza ligada a la luz como 
fenómeno develador o manifestante de las formas y al sonido como 
fenómeno develador de la vibración de la creación, o también puede 
hablarse La Belleza de la sombra, del vacío, del caos?... es  La Belleza el 
resultado del proceso creador del mundo?… solo podemos hablar de belleza 
en función de la materia o podemos sentir e intuir que existe también la belleza en potencia o la belleza de la energía, de la vibración, del espíritu creador que genera y produce la eclosión de las formas?... 
Puede el hombre a su vez generar y crear belleza?... cuál es entonces la 
modalidad del lenguaje humano que puede traducir  La Belleza y
expresarla precisamente en términos humanos?... es entonces 
la belleza el objetivo que ha venido buscado el ser humano en su necesidad 
de recrear por sí mismo al mundo a través del arte? La Belleza solo se refiere al arte, al fenómeno artístico?...  La  Belleza es entonces inmanente al sujeto observante y contemplante, o por el contrario es el orden  universal  y trascendente 
que penetra todas las formas? Está por ello el ser humano incluído en la 
belleza del mundo en su conjunto o Pankalía?… Es  La Belleza un sinónimo del bien, 
y en este caso su opuesto es la 
fealdad y el mal?... se podría decir que  La Belleza es el atributo de lo 
bueno? O por otro lado se podría decir que  La Belleza es a su vez un 
atributo del amor o la cualidad más significativa de la fuerza amorosa e 
integradora?... es La Belleza un sinónimo de verdad?... de ser así sería La 
Belleza una verdad que solamente expresa una  parcialidad relativa y 
variable  o por el contrario,  La Belleza es una verdad que expresa  una 
sumatoria integradora y abarcante?...
Todas esta preguntas, han inquietado al hombre desde su necesidad 
racional de explicarse el mundo,  pero sobretodo  y también, lo han 
conmovido y asombrado desde sus atributos emocionales,  anímicos y 
espirituales. Pero con seguridad la única respuesta y la síntesis para 
tantos interrogantes sea una sola y precisamente esa: La Belleza. 
Aunque ya antes Pitágoras había medido y mensurado La Belleza de las 
formas, (estableciendo que todo es número), descubriendo y revelando 
las nociones de la proporción y la armonía, es Platón quien despoja  y 
libera  a  La Belleza del límite exacto con que la somete la dimensión 
espacial de la luz, de lo  visual o auditivo perceptible a través de los 
sentidos, para ir más allá de la medida y la proporción de las cosas, y
darnos  así,  una visión más metafísica, mística y poética de la belleza
desde lo invisible y oscuro.Este juego de luces y de sombras y el proceso 
que se constituye a través 
de las esencias ideales y las formas que las reflejan 
cuando son traspasadas y arrojadas ante nuestros ojos como una sombra, es 
visionado por Platón como un suceso único, abarcante, absolutamente 
dependiente y comunicado entre sí. Podríamos asimilarlo plenamente al 
ciclo infinito de la creación y el paso de la potencia a la materia, del caos 
a la forma, de la sombra a la luz, de lo invisible a lo visible. 
Lo que vemos inicialmente (o ilusoriamente) no es La Belleza de manera 
directa,  si no su reflejo o “su Resplandor” en las formas… apenas  su 
sombra proyectada a través de nuestros órganos sensibles, en la 
pantalla emocional de nuestra psique o alma.
En realidad siento que Platón nos habla de lo visible como una ilusión, 
como un efecto óptico-lumínico que no nos aporta de manera directa 
los datos puros de lo que él llama los trascendentales (los atributos del 
Ser Verdadero), mientras que La Belleza y La Verdad nunca podrán ser 
asimilados o aprehendidos por estar en la dimensión de lo ininteligible… 
más allá de la razón o del intelecto. En todo caso, la belleza podrá ser 
asimilada por el hombre, solamente a través del asombro y del éxtasis 
que nos provoca el esplendor de esa luz que surge en medio de las 
sombras. Para Platón,  La Belleza es el único de los trascendentales
(trascendentales entendidos como los atributos del SER, como  la 
verdad, la sabiduría) que tiene imágenes visibles en la formas que 
surgen del proceso creador. En otras palabras, entendemos que según 
Platón, las formas visibles y/o percibibles (sonido, olor, sabor, tacto), no 
participan o no contienen los atributos puros del SER Verdadero a 
excepción de la belleza de cuyo atributo  si participan todas las formas 
creadas. Es decir que en lo bello, la creación entera participa de manera 
directa con lo creante.
Es a través de  La Belleza que se manifiesta la unión entre el Ser 
Verdadero y el mundo visible de las formas creadas. Tal vez podríamos 
decir que, precisamente todo el proceso entero de la creación que va 
desde lo creante-puro hasta su emanación en la multiplicidad de las formas 
(incluida la vibración que las sostiene), es lo que, cuando 
podemos percibirlo a través del resplandor, llamamos Belleza.
Por otra parte, tal vez el error fundamental que ha venido cometiendo el pensamiento 
occidental con respecto  a esta visión abarcante de Platón, es el de pretender que 
existe una separación entre el hombre y el Ser Verdadero o lo creante por un lado y 
entre ese mismo hombre y el resto de la creación por otro. El mundo verdadero, 
trascendente, abstracto o ideal  que Plantea Platón es un mundo 
absolutamente interconectado con el  despliegue de formas concretas 
que surgen de lo creante, mundo concreto y visible que a su vez está 
también absolutamente interconectado con sus orígenes, con su 
sustancia generatriz. Y bajo esta concepción abarcante, el hombre está 
involucrado de manera total con estos procesos de la creación, pues es 
permanentemente penetrado por el Ser creante y a su vez forma parte 
integral de toda la creación.
Cuando Platón nos dice que La Belleza tiene una existencia autónoma a 
su manifestación expresada en la apariencia de las formas, y que por 
tanto no es un atributo particular de los objetos sensibles sino que 
“resplandece en todas partes”, no nos está diciendo que no hay vínculo 
entre  La Belleza y las  formas, sino todo lo contrario: hay un vínculo 
absoluto y único entre La Belleza como entidad existente por sí misma y 
las formas creadas, y ese vínculo es precisamente el resplandor o el 
esplendor de esa Belleza que se esparce en todas partes.
He aquí pues, según el modo griego de asombrarse para darle sentido y 
correspondencia a ese juego de luz y sombra en que se desenvuelve 
todo el proceso de creación, lo que se ha venido llamando Lo Apolíneo y 
Lo Dionisíaco. Esas dos tendencias que rigen el alma, en realidad no son 
tendencias si no instancias de un proceso único de transformación 
permanente. En el muro derecho del templo de Delfos  (que se 
encuentra bajo la protección del dios Apolo) está escrito: lo más exacto 
es lo más bello. Por su parte en muro izquierdo del mismo templo, 
encontramos el rostro oscuro y misterioso de Dionisio sin inscripción o 
regla alguna que lo circunde o limite.
De esta manera,  La Belleza que emerge de la luz, viene y se conforma 
desde la sombra (esa oscura belleza). La apacible y serena armonía de la 
proporción que ocupa el espacio que vemos, es una resurgencia de las 
fuerzas oscuras y apasionadas  cuya expresión ocupa y se desarrolla en 
los espacios de la psique o del alma. 
Tal vez por ello podríamos decir que, para Platón,  La Belleza es la 
manifestación en lo visible  (y/o perceptible por los sentidos), de ese 
vínculo entre el Ser Verdadero y el mundo creado de las formas, vínculo 
al que no si no llamamos  fuerza amorosa o integradora (o  Amor a 
secas) no sabríamos que nombre darle. Igualmente la Belleza, al ser uno 
de los atributos del Ser Verdadero o Creante, y precisamente aquel del 
que participan las formas creadas bajo ese orden amoroso, es absolutamente 
asimilable a la Verdad como elemento y atributo 
trascendental de  ese Ser Verdadero, de cuya emanación (o psique) 
provienen y devienen incesantemente.
En el prólogo del libro El silencio del 
árbol de la poeta Maite Ayala sentíamos  qué la verdad  no podía 
ser otra cosa si no  La Belleza...“La luz y la belleza son reflejos  de la 
verdad. El amor terreno encendido por la belleza mundana es el primer 
peldaño en el camino ascendente que lleva al alma a la contemplación de la belleza como tal, que no es otra cosa que la verdad. La belleza pertenece al mundo de las ideas y es a partir de ellas que el hombre crea el mundo real".  Platón, aquí nos 
habla de que únicamente La Belleza en todo su esplendor y el amor que 
suscita en el hombre, es el punto de partida, el punto de retorno 
posible para el recuerdo y la contemplación de la sustancia ideal y por 
ende de la verdad.  
La identificación posterior de la verdad con la belleza, ya en pleno 
Romanticismo, nos la entrega Hegel cuando afirma que:  Belleza y 
verdad son la misma cosa y sólo se distinguen porque la verdad es la 
manifestación objetiva y universal de la idea, en tanto que lo bello es su 
manifestación sensible.  Fue sin embargo San Agustín, quien de una 
manera arrebatada nos reafirma que ante la belleza  –que sólo pude 
venir de Dios- se redimen y purifican todos los aspectos contradictorios 
del hombre. En esa hondura angustiada entre la consciencia de la culpa, 
del pecado y el anhelo clamoroso hacia Dios, surge la belleza para salvar 
al hombre:  amaba esa “otra belleza” de las cosas mundanas, y luego 
iba a lo profundo y decía a mis amigos ¿acaso amamos algo sino lo 
bello?...Di te lo ruego, ¿podemos amar algo que no sea lo bello?...tarde 
te amé, belleza tan antigua como nueva…tarde te amé…(Confesiones 
IV, 13).
La creación en todo su proceso que va desde la voluntad creadora del 
Ser, a la aparición de las formas, es precisamente emanación pura, 
vibración transformadora cuya energía tiene, (y así podríamos verla), un 
naturaleza psíquica, es decir, la parte física y concreta de la creación es 
apenas una instancia dentro de la infinita dinámica en que se despliega 
el proceso  desdoblante y multiplicador del Ser. En otras palabras la 
potencia creadora capaz de provocar el incesante devenir de la potencia 
a la materia y viceversa, es de naturaleza psíquica, de la cual participa el 
ser humano de una manera especial y privilegiada. De hecho, el proceso 
de alquimia espiritual que es capaz de llevar al ser humano desde un 
principio instintivo y animal a consustanciarse con al espíritu puro, es 
absolutamente un proceso psíquico, cuya dinámica también consiste en 
ese paso incesante de correspondencias entre las sombras a la luz, o 
como diría el Maestro Jung, la auto-realización del inconsciente.
Esta visión abarcante e indisoluble de la  belleza-amor-verdad que 
resplandece como el fulgor de la creación, tiene su expresión 
contemporánea y a la vez perenne, en este párrafo del Maestro Jung 
cuando nos dice que: “La belleza y la verdad como atributos de la fuerza amorosa
 se pone de manifiesto tanto más plenamente cuanto mayor 
cantidad de instinto sea capaz de contener. Pero cuanto más sofoque el 
instinto al amor más sale a la luz el animal. El amor se revela 
empíricamente como la fuerza del destino por excelencia, tanto si 
aparece como vulgar concupiscencia o como la afección más espiritual. 
Es uno de los móviles más poderosos en los asuntos humanos. Cuando se 
lo considera “divino”, entonces esta denominación se le aplica con todo 
derecho, pues a lo más poderoso en la psique se le llamó desde siempre 
“Dios”. 
Siempre y en todas partes se llamó divino a lo que posee la máxima 
potencia psíquica. Sin embargo, Dios siempre es contrapuesto a las 
personas y se lo diferencia expresamente de ellas. El amor, con todo, es 
algo común a ambas partes. Este mundo solamente es vacío para aquel 
que no sabe dirigir su libido a las cosas y personas para hacerlas vivas y 
bellas. Solamente la resistencia que su no-querer opone al querer 
produce esa regresión que puede convertirse en el punto de partida de 
un trastorno psíquico. El problema del amor pertenece a los grandes 
padecimientos de la humanidad, y nadie debería avergonzarse del hecho 
de tener que pagar su tributo.”
Edgar VidaurreFuente: www.edgarvidaurre.net