Por Edgar Vidaurre
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define “Garabato” como: Rasgo irregular hecho con la pluma, el lápiz, etc. También lo define como aquellos Garfios de hierro que sujetos al extremo de una cuerda sirven para sacar objetos caídos en un pozo, o como el Instrumento de hierro cuya punta forma un semicírculo y que sirve para tener colgado algo, o para asirlo o agarrarlo. Igualmente conocemos la advocación de garabato como la representación arbórea de lo duradero y permanente pero al mismo tiempo suave y fresco en la figura del Abedul y por último, y la más hermosa, aquella que lo equipara con la gracia y el garbo de una mujer, aunque no sea bella…
Leyendo despojadamente el poemario de mi amigo Frank Ziccarelli, me atrevo a decir que, en el mismo, el poeta aborda las cuatro acepciones de garabato antes mencionadas (y seguramente muchas otras), toda vez que, aún refiriéndose de manera general e inicial en el título del libro a aquello que trazamos de forma irregular y sin sentido premeditado (bien sea con el lápiz o incluso con el cuerpo), en la lectura de los poemas percibimos fuertemente, cómo este hombre con gran destreza y oficio (tal vez por su trato íntimo con el hierro y el metal) es capaz de hundir con los ojos cerrados pero con mano firme y viril, los garabatos de hierro y aperos de pesca en el pozo de las imágenes de su inconsciente para asirlas, agarrarlas, traerlas a la superficie y así colgarlas en nuestra mirada, a veces con la apostura de un abedul pescador de vientos, o de manera conmovedora…como siguiéndole el paso a una bella mujer.
Tal vez el que escucha el inicio de esta presentación pensará que estoy catalogando al poeta como un poeta surrealista. Incluso, a lo mejor, corro el riesgo de que Frank se ponga bravo conmigo, pues hoy en día algunos poetas se molestan cuando se sugiere alguna relación de su trabajo literario con el surrealismo (por supuesto con ese surrealismo de simple postura o cliché gastado, teórico, ya académico)
Sin embargo, como decía Odiseo Elytis, todo buen poeta en principio es surrealista, y citamos textualmente, “con el surrealismo construimos algo distinto, que dista mucho de su teoría inicial, algo único y que presenta por lo mismo un interés especial. Desafortunadamente, no fue enfrentado nunca de esta manera por los críticos, ni comprendido por los más jóvenes, que se expresan con ironía del surrealismo, porque no conocen de él sino y solamente lo que enseñan las enciclopedias, es decir, la escritura automática, la imagen extravagante y su recurso al onirismo…”
Ese plus, ese construir afanosa y pacientemente pero con pureza y vigilia es, a mi sentir, exactamente lo que hace este poeta pescador. No se trata entonces de un simple ejercicio de asociación automática de imágenes inconscientes, sino de un arduo así como esplendoroso trabajo en los amplios espacios que supone un altamar cósmico, para velar y buscar las imágenes más autenticas. Luego, con las virtudes del hierro y la destreza de la mano sabia y curtida por el tiempo (también cósmico), pescarlas de manera indemne, sin matarlas o destruirlas, dejándolas con todo su brillo, con toda su frescura siempre viva, o mejor aún para dotarlas esta vez de una nueva y vigorosa vida.
Obviamente este oficio de velar (y de develar) en el medio de ese bosque oceánico (y como dijimos cósmico) para presenciar la aparición de las imágenes más llamativas y brillantes, entre las sombras esperanzadoras de las madrugadas, implica irremediablemente la presencia inminente de la luz, luz de lámpara encendida en medio de la noche-madrugada mientras aún se encuentran indiferenciados el cielo y la tierra, y en donde encontramos nuevamente los oficios del hierro, bien como instrumento escudriñador de la tierra a través de una escardilla, o bien como ese hierro que irradia la luz para escudriñar el cielo.
He aquí, en este poema de mi amigo Frank, cómo se despliega literalmente ante nuestros ojos esta nueva y dinámica realidad: “El pionero del garabato, no fue el que inventó la escardilla. En la negra noche, no vio la hendidura paralela, el que la lámpara encendió, en fuga. El que inventó la máquina iluminadora, despertó el surco insignia, develador de un diezmo, de la prístina flor del bosque. A los ojos del madrugador, abra tierra a los cielos despejados. Que la semilla desate su sombra”.
Aquí vemos pues, cómo con trazos espontáneos, sin premeditación alguna y con la frescura de un garabato magistralmente descrito y ejecutado, el poeta nos habla al mismo tiempo de los hierros de pesca, de aquella fortaleza que nos permite escudriñar y atrapar lo que vemos en el fondo pero, como dijimos, diestramente, con la finura innata que nos otorga la paciencia de los pescadores o del árbol… ese abedul arraigado en la tierra pero también nocturno pescador de vientos y de cielos.
Ya para seguir la secuencia de estos sentires, a la cuarta gracia que posee la palabra garabato, es decir la gracia de una mujer (las mujeres siempre son bellas), y que en este caso se convierte en la pescadora de nuestra mirada más interna y secreta, la encontramos cuando la palabra se posa en el ala izquierda de la rosa…cuando en silencio se desplaza por la Vía Láctea, “en la cresta del colibrí, y en íntimo rocío retorna al cuerpo curtido, al trazo…o también cuando él la evoca: ella así va, más allá con sus sueños, recogiendo las palabras, escritas con premura…tantas veces la he visto como la misma tierra incomprensible…los ojos de vida penetran el recuerdo de mi Columba cuando se fue, envuelta en su luz…y finamente cuando se entrega a ella en un beso, un orgasmo, un dejarse ir en la pausa, fundido, volver sin añadiduras al cuerpo flotando…”
Pero tal vez la más extraordinaria y casual de las fusiones de las distintas acepciones y significados de la palabra garabato que nos regala el poeta, está en el poema Urkía. Aquí vuelven a aparecer como peces insistentes en el fondo de la red, la mujer, el hierro (esta vez en forma de yunque), el árbol y por supuesto la luz. Urkía, quien era la mujer del cacique Guaicapuro, es invocada por el poeta: Eres zaeta que se hunde en el laberinto de la cascada violeta. Que deshaces la yunta del fuego traidor. Urkía. Madre. Sumo en la tierra de los huesos retoñados, que cruza la historia esparciendo cenizas al vuelo de la luz. Que amaina la tempestad iracunda…Aquí no debemos olvidar la advocación arbórea de las divinidades femeninas en las mitologías de nuestros indígenas, hecho que, de manera impresionante, se une con los mitos vascos que le dan también el nombre de Urkía al árbol Abedul, significando la esencia y la presencia determinante de las fuerzas femeninas en la naturaleza.
Por otra parte, no puedo dejar de lado, al comentar las imágenes del poeta, la presencia compartida de su perro. Al igual que él, yo también pienso que mi perro es la prolongación de mi mismo, de mis propios sueños y de los retornos de luz cada mañana. A mi perro tampoco las ranas le perturban el resplandor de su ladrido…
A todo ello, a lo que hemos dicho, hemos también de agregar la cadencia personal del poeta, su tono (como él mismo dice) lleno de Karibe, de noche de mar y de luz de madrugada, su mañana de tamarindo, colgado a la longevidad, a ese Corpus Áurico de Armando Reverón en donde la arena blanquísima dibuja sus ojos en la rada…y reflota, su fulgurante recorrido que se balancea entre el garabato y el boceto, el retrato, la mascarilla y la sombra.
Al final del poemario encontraremos para nuestra sorpresa otro poemario distinto pero igual, lleno de imágenes pero esta vez más sosegadas, más reposadas, especie de haikus karibeños. Aun así, volveremos a ver nuevamente y por última vez a King (el perro de Frank) haciendo a su vez unos garabatos y subiéndose triunfador a un autobús con las pestañas quemadas y los garabatos de Ziccarelli en la boca.
No es pues, para terminar, esta poesía una poesía que se pueda catalogar o poner en canon alguno establecido. En todo caso si pertenece a algún canon, será con certeza a ese canon secreto, oculto que sólo algunos poetas conocemos. Bien nos dijo el poeta en su poema titulado Dijo el poeta: “Un canon embotellado no es sólo un empaque inteligente, aprendizaje de vida en lo infinito. No señor, es fuego lamiendo fuego…”
Edgar Vidaurre
miércoles, 30 de junio de 2010
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