Durante la primera generación literaria venezolana del siglo XX, las mujeres insurgieron en el dominio de la Literatura, hegemonía del hombre hasta esa época. Las lecciones de Teresa de la Parra (1889-1936) y Enriqueta Arvelo Larriva (1886-1968), quienes con sus obras narrativa y poética respectivamente, encomiendan a la memoria el fin de ese universo vivencial, en que el devenir socio-histórico de Venezuela con su fuerte estructura androcéntrica había mantenido a la mujer arrinconada, olvidada y discriminada; fueron seguidas por singulares poetisas venezolanas, entre ellas, Luisa del Valle Silva (1896-1962), en un tiempo en que nada impulsaba a una mujer venezolana a realizarse como escritora, salvo las inquietudes de su espíritu.
Nótese, cómo Don Mariano Picón Salas, reconoce la existencia de una literatura femenina en Venezuela para esa época:
"Del estímulo y la pasión de Teresa nacerá en Venezuela toda una literatura femenina, un poco liberada ya de la sensiblería dulzona o el erotismo trivial, tan frecuentes en la prosa y los versos de las mujeres de América". 1
Rafael Arráiz Lucca, nos dice:
“Enriqueta Arvelo Larriva le da voz a la intimidad femenina de su tiempo, en sus órbitas afectivas y solitarias, y funda una tradición”2
Luisa del Valle Silva, nació en Barcelona, capital del Estado Anzoátegui, Venezuela, el 8 de enero de 1896, en el seno de una familia de clase acomodada, su padre Don Pedro Vicente Silva Morandi y su madre Doña Luisa Fígallo Giordano. Cuando apenas tenía diez años, la familia se trasladó a Carúpano, segunda ciudad del Estado Sucre, al norte, entre las penínsulas de Paria y Araya; allí transcurre el final de su niñez, su adolescencia y toda su juventud; jugando, estudiando, escribiendo versos y educando como maestra de la Escuela Federal “Alejandro Ibarra” de esa ciudad-puerto, donde enseñaba a leer a sus alumnos en libros de poemas, practicando las mismas enseñanzas que recibió de sus tías europeas, quienes se esmeraron en revelarle los románticos franceses y españoles. Será en esas tierras donde recibirá el título honorífico de “Hija adoptiva de Carúpano”.
“Y Carúpano, un brazo alargado como su calle, / con la fe cristalina de su Luisa del Valle” declama el poeta cumanés Andrés Eloy Blanco.
“El eco, la presencia de aquel puerto y de aquel mar que la bautizó, no dejarán de resonar a lo largo de casi toda su poesía” 3 escribe el poeta Alfredo Silva Estrada.
En 1926, se traslada a Caracas, donde el 3 de septiembre de 1927, el poeta Rodolfo Moleiro, uno de los más conspicuos representantes de la llamada “Generación poética del 18”, la presenta en el Teatro Municipal de Caracas, enalteciendo a la poetisa de “poemas tornasolados y caprichosos, como las conchas de madréporas” y, a la maestra que alista “innumerables huestes para la victoria silenciosa”. Cuán acertado estuvo el poeta Moleiro en sus dos expresiones, será una poetisa que trascenderá en las letras venezolanas, y será una activista gremial en febril diligencia por las reivindicaciones sociales y, los derechos laborales, civiles y políticos de la mujer. Algunos de los poemas que leyó ese día en el Teatro Municipal, forman parte de su primer poemario “Ventanas de Ensueño” (1917 -1925), que publicará en Caracas, con la Editorial Elite, en 1930.
Luisa del Valle Silva, nace en los momentos del romanticismo tardío, última etapa de aquel llegado desde los puertos de España, aquel que contempló el “yo” como vía de acceso al Universo a través de las fuerzas de la inconciencia y la subconciencia, del sueño y el presentimiento, la magia y los enigmas del alma humana.
Atraviesa en su vida, encrucijadas de movimientos, propuestas, manifiestos, proclamas, grupos, revistas y testimonios literarios que surgen uno tras otro en Venezuela. Desde la formación romántica de su niñez y juventud, a través de la versificación con propiedad, delicadeza y corrección del parnasianismo de raigambre europea; las formas del modernismo americano signadas por el culto preciosista original y aristocrático la primera, y la prevalencia del sentido genuino de los pueblos de América la segunda; el criollismo en una vuelta a lo propio frente al cosmopolitismo modernista; el efímero e ingenuo grupo Alborada en 1909, aspirando sustituir la noche por la aurora en los nuevos destinos gomecistas del país; los fundamentos éticos y estéticos de la llamada “Generación del 18” en tránsito hacia la vanguardia que se impone en 1928 con la publicación de la revista Válvula, reaccionando contra el sátrapa Juan Vicente Gómez y expresando las corrientes artísticas más importantes que surgieron en Europa en la primera década del siglo XX, apegados a los principios expresados por los futuristas, con tendencias iconoclastas y una finalidad global, la de “sugerir”.
Entre la inclinación universalista e irreverente del colectivo literario Viernes en 1936, que un año después de la muerte del dictador Gómez, abre las puertas a la poesía venezolana de las obras de los románticos alemanes, los lakistas ingleses, los poetas contemporáneos españoles, los surrealistas y los creacionistas, da a conocer en el país, quienes eran Blake, Hölderlin, Novalis, Rilke, Rimbaud, Valery, Lautréamont, Wordsworth, Coleridge, Breton, Eliot, Reverdy, torna familiares los nombres de Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Pablo Neruda y Vicente Huidobro, y se discute sobre los grupos Mandrágora y Caballo de fuego, de Chile, Piedra y Cielo, de Colombia, y Taller, de México.
Con el surgimiento de Contrapunto en 1946 y 1949, difundiendo una literatura fundamentada en la filosofía contemporánea; a través de un grupo de poetisas venezolanas, las “españolistas” que ocupan un lugar privilegiado en las décadas de 1940 y 1950; Cantaclaro en 1950, preconizando el arte como la traducción del hombre y su drama humano, con un único número recogido por los gendarmes del régimen castrense; los “niños terribles” del grupo Sardio en 1958, trasgrediendo concepciones estético literarias por considerarlas fraudes a los requerimientos de la época que se vivía; el grupo de estudio Presente cuyos integrantes en su mayoría pasarán a formar parte de Suma en una postura antiviernista que regresa al rescate de las formas poéticas hispanas; y El Techo de la Ballena en 1961, proveniente de un desprendimiento del grupo Sardio, desafiando convencionalismos y herencias culturales, influido por el Dadaísmo y el Surrealismo.
Atravesando todos los grupos anteriores, en medio de todos esos movimientos, proclamas, revistas, etc., que se dan en la extensión de la vida de la poetisa, y en medio de esta vorágine literaria, sin lazos grupales, alejada de los conglomerados y altares literarios, encontramos a Luisa del Valle Silva, con su voz solitaria, su estilo personal y su ritmo propio.
Con una poesía, cuyo verso se aleja sesgamente de las formas usuales que se preconizaban en el proceloso remolino de los diferentes caños de la marisma literaria venezolana de esos tiempos. Suele explicarse su poética, enmarcada dentro de la “Generación del 18”, en la que algunos autores suelen situarla razonando sobre cierta afinidad en su tratamiento literario del paisaje.
La poetisa, era consciente de la cultura patriarcal que imperaba en la literatura, de la hostilidad del medio que la rodeaba como escritora y sabedora de como vivían las mujeres en Venezuela, quienes, salvo en escasísimas singularidades, escribieron en esos tiempos, siempre al margen de los movimientos literarios que se sucedían vertiginosamente unos a otros.
“No escriben circunstancialmente o como parte del cultivo de las <> o con fines didácticos. Podríamos decir que escriben porque quieren.” 4
Para esos años, urgía en el país la necesidad de disponer de un centro para la cultura, el arte y la ciencia, sólo debía enfrentarse con decisión, y eso fue lo que hicieron un grupo de mujeres liderizadas por la compositora Maria Luisa Escobar y conformado por Luisa del Valle Silva, Eva Mondolfi, Cachi Decorado, Ana Cristina Medina y Emma Silveira, quienes decidieron trasformar sus tertulias vespertinas en un trabajo público abierto a la colectividad, el Ateneo de Caracas, cuya creación tuvo gran significación durante los años de la dictadura gomecista, y en cuyas actividades fue relevante el protagonismo desempeñado por la poetisa. El 8 de agosto de 1931, a las 6 de la tarde, con Pedro Ríos Reyna y su agrupación musical ofreciendo un concierto, se inaugura el Ateneo de Caracas, y con palabras de Luisa del Valle Silva, nace esta primera iniciativa privada de crear un centro cultural que albergará las distintas actividades artísticas. Este grupo de mujeres, y entre ellas Luisa del Valle Silva, fundaron esta institución y la dirigieron hasta 1950, cuando pasa a manos de Ana Julia Rojas. Esta iniciativa se multiplicó en todo el país y Luisa del Valle Silva integró la primera Directiva del Ateneo de Caracas, como Secretaria de Correspondencia; en el lapso 1932-33 fue su Secretaria de Actas; en 1933-34 es la Segunda Vicepresidenta; en 1934-35 Secretaria y, en 1939-40 conforma la Comisión de Literatura.
Fue cofundadora en 1936, de la Asociación de Escritores Venezolanos, donde fungió de Secretaria durante largo tiempo; miembro de la Federación de Maestros y una de las mujeres inspiradoras que dirigió, al lado de Olga Luzardo, la Asociación Cultural Femenina en 1936, en la que sostuvo la columna Conversación en la página Cultura de la mujer, promoviendo también, la creación de la Casa Obrera y las escuelas para obreras.
Juan Vicente Gómez muere en diciembre de 1935. A su muerte, un grupo de mujeres dirigió el 30 de diciembre de 1935, una carta al Presidente Eleazar López Contreras, en la que solicitaban protección para las madres y mejores condiciones de vida y trabajo para la mujer. La Asociación Venezolana de Mujeres junto a la Agrupación Cultural Femenina, convocó en 1937 el Primer Congreso de Mujeres que exigía la igualdad de salarios, la reforma del Código Civil y el derecho al divorcio; Luisa del Valle Silva asiste a ese Congreso, cuando se realiza por primera vez en 1940. Fue también firmante del acta constitutiva de la Asociación Cultural Interamericana.
El fin del gomecismo con la muerte del dictador, marca nuevos escenarios para la mujer. Las escritoras que aparecen en este período son las primeras en iniciar la lucha por conseguir un espacio público, tanto en lo referente a los derechos de la mujer, como en el campo literario. Luisa del Valle Silva al lado de otras mujeres vinculadas al medio intelectual, despertará la conciencia del aislamiento que vive y padece la mujer escritora, e intentará producir estrategias de “supervivencia literaria”.
Mercedes Fermín, en 1936, como signo de los nuevos tiempos afirma:
“Desde la colonia hasta hoy, se nos ha llevado forzosamente al rincón del hogar, se nos ha engrillado con la melosidad del elogio estrafalario, se nos ha privado de la función laboriosa, que constituye la acción social. Así, pasando de mano en mano el cáustico grillete y de conciencia en conciencia, el arrugado concepto de que sólo nacimos para criar niños y amerimelizar la vida, se nos ha olvidado. Y la mujer ha llegado a constituirse en un ente pálido, desvalido y sordo sobre el cual caen los códigos, legislaciones y prejuicios”5
El 5 de agosto de 1936, encontramos a Luisa del Valle Silva entre el grupo de mujeres que se dirigieron a Rómulo Gallegos en nombre de la mujer venezolana “que sabe hacer suyos los dolores de la tiranía multiplicando en su corazón el dolor del hermano preso, el hijo preso, del padre preso, en nombre de la mujer venezolana del pueblo, de la obrera de manos callosas, de la campesina que no sabe leer”, testimoniándole admiración y respeto al ilustre escritor y educador venezolano con motivo de su renuncia al Ministerio de Educación del país.
Durante los veintisiete años que duró la dictadura de Juan Vicente Gómez (1908—1935), un sector de mujeres combatieron en la clandestinidad y otro sirvió de apoyo:
“Si algún refugio tuvo la mujer en aquella época oscura —nos dice el escritor guayanés Jesús Sanoja Hernández— fue la literatura, la que casi siempre ejercía bajo pudorosos seudónimos. Pocas guerreaban a campo abierto”6
El 8 de marzo de 1944, en un gran mitin en el Teatro Nacional con motivo del Día Internacional de la Mujer, Luisa del Valle Silva, recordando a la escritora española Faustina Sáez de Melgar, toma la primera frase de la alocución que ésta pronunció en 1871, “La mujer, mitad de la humanidad” y así, con esa expresión tan categórica, titula su discurso.
“¿Sabremos leer hoy, desde nuestro tiempo incrédulo, la densidad de ese largo proceso de emancipación (…)?” 7
En 1941, once años después de la publicación de su primer poemario “Ventanas de Ensueño”, el poeta malagueño Manuel Altoaguirre, de la “generación española del 27”, le edita en su imprenta La Verónica, en la ciudad de la Habana, Cuba, tres poemarios “Humo” (1926 -1929); “Amor” (1929 – 1930) y “Luz” (1930-1940). Y, después de publicar cuatro poemarios, la poetisa parece ceder, acosada quien sabe por que angustias en su interior, sumiéndose en un total silencio; mas se trataba, de un silencio gestador en su interior de miles de voces y gritos que volcará en su próximo poemario “En Silencio”, publicado en 1961 por la revista de gran significación en el mundo intelectual y de gran difusión en el mundo de las letras, Lírica Hispánica, fundada por la poetisa Jean Aristigueta.
Entre 1965 y 1966 escribe “Sin tiempo y sin espacio”, poemario que nos ocupa en este ensayo, es el último que escribió, y fue publicado póstumamente en 1963. Su temple poético es el de la efusión lírica, el de la expresión llanamente subjetivizada, personalmente justificada y directamente volcada en el papel. El “yo” se desdobla entre la infancia vivida y la evocada; es una apelación a la memoria del recuerdo de esos años, y la aceptación de su desafío frente al tiempo del olvido con la fuerza del sentimiento personalizado de la voz, serenamente concentrada y reposada en sus movimientos en la lozana recreación del espacio de aquellos años:
“Nos quedamos a solas con la infancia” 8
“una niñez en éxtasis podía
leer el vuelo de las mariposas;
la sombra del parral sobre los lirios
y grabar para siempre las canciones
de los cañaverales en la brisa” 8
Todo fluye en claros, sencillos y sensitivos vocablos, sosegados, con duración y ritmo propicios a las visiones y sentimientos de la poetisa, cultivando una lírica vigorosa y discreta, con fuerte tendencia a la exaltación de la naturaleza que la rodeó, a las rememoraciones de los lugares, la casa, el mar, el río, …
“Los románticos me invadían sin darme cuenta. Mi generación fue romántica. No hay cuestión”afirma la poetisa.
“Poesía romántica en su esencia, y en el más noble sentido de la palabra” afirmó el poeta de la “Generación del 18” y crítico de la poesía venezolana Fernando Paz Castillo.
“Asimismo, frente a estas circunstancias, una suave nota infantil, sin sentido elegíaco, más bien aprovechando el misterio de su honda significación, aflora en los líricos más representativos del grupo de poetas de transición.” 9
Desde los primeros versos, hasta los últimos de este poemario, vislumbramos su naturaleza apacible y añorante de recuerdos, en tiempos de dictaduras, de ruidos y silencios ensordecedores que agobian la vida política que atraviesa Venezuela, Luisa del Valle Silva escribe, refrescando la ternura de la voz infantil, eligiendo la serenidad de la emoción, manejando delicadamente la construcción estética del entorno, hilando evocaciones, y todo llega al mismo lugar: “su niñez”.
La niñez es una Arcadia, un país imaginario, un reino mágico que tiene su historia, una historia que atraviesa los meridianos de los sueños y los paralelos de las ilusiones revestidos de la ingenuidad de una cronología sin tiempo, mientras los mitos de la infancia, los más poderosos, permanecen, surgiendo en las ocasiones necesarias con sus valores y los ejemplos recogidos en los espacios de la candidez; para los niños “la edad aquella en que vivir es soñar” como la describe el filósofo y escritor español Miguel de Unamuno:
“El tiempo se salía de sí mismo
desintegrado en espiral de tiempos.
Cada minuto era una vida,
otros soles regían nuestro cielo.”
Toda la sensibilidad de su lírica de simientes y raíces románticas atiende de modo especial a la recreación de ese tiempo y ese espacio de la infancia, constantes poéticas en este poemario “Sin Tiempo y sin Espacio”, revelando una identidad simbiótica entre ella y el paisaje, con un lenguaje limpio, evocativo y de cuño clásico. Cuando su palabra toca el paisaje, éste se torna en el paraíso recobrado de su infancia. Cada momento vivido en esos años, lo convierte en versos de la más fina cuerda estética:
“¿Esas voces aún flotan en el aire,
o vienen a nosotros desde adentro?
Es el fugaz misterio del instante
entre ilusión y realidad suspenso.
Pero en el corazón inicia un salto
el latido feliz de los regresos” 8
El paraíso de su infancia, en el que el tiempo no existió, queda claramente situado en un espacio que ya no es, en una casa situada en la hacienda de caña en las afueras de Carúpano, un lugar llamado El Mangle, apurando verso tras verso, en un anhelo de evocar desde la nostalgia el goce de aquella casa:
“Aquella casa de los dulces días
arraiga y se levanta sobre el polvo
de sus cimientos desaparecidos.
bajo su alero tutelar retornan
pasos, ecos de voces ya dormidas;
se llena el aire de sus corredores
con las enredaderas de las risas” 8
Escritos con ese verso de extensión intermedia, el endecasílabo, ni tan cantado como los octosílabos y heptasílabos del romance español, ni tan aletargado como el alejandrino. Con sus once sílabas como la extensión justa al oído latino para sacar a luz, en un movimiento único, el ritmo de cadencia serena y el calado en la palabra. Sin el galope del verso corto ni la pausa del verso largo. Un endecasílabo equilibrado, fluido, de dentro hacia fuera, donde el sudor constructivo de la poesía queda mágicamente oculto tras la pendiente torneada del idioma, desde la intuición interior del espíritu hasta la undécima sílaba, sin el apremio de la construcción abstracta. Endecasílabos que acuñan una nostalgia cuya serenidad contrasta con el anhelo amoroso del recuerdo:
“A solas nos quedamos frente al tiempo
de la niñez, frente a la azul comarca
desprendida, borrada de la tierra,
cuyos contornos mágicos renacen
con perpetuo frescor en ese adentro
de nosotros, sin tiempo y sin espacio,
donde todo aparece resurgiendo
de un mar que nos devuelve sus naufragios” 8
Rizomática y arbórea, una poesía conmovedora que desde sus propios arcanos dice mucho y calla más, invoca, se expande y abrevia; crece animada por su propios motivos emocionales, por sus afanes internos que discurren capaces de aligerar el lenguaje y cifrarlo como convencimiento revelado. Sus poemas son alforzas del alma en el cuerpo simbólico del lenguaje, dejando ver el intimismo de su poesía, que no es aislamiento ni evasión, al contrario, es un tramo de vida remontado el hilo dorado de la memoria, y sus huellas se deslizan mientras culmina. Las palabras despejan claros en el bosque de aquellos años infantiles. El poema es, la breve y fugaz ceremonia de una conmoción irrepetible:
“Entre las piedras de moler, la infancia
echó los granos de su fantasía.
Ahora sobre piedras de añoranza
va el recuerdo moliendo aquellos días” 8
Esta poesía no está hecha para gratificarnos, tampoco para aleccionarnos; lo suyo es una certeza única que acontece en el espacio y el tiempo de la infancia que existieron, con gestos de zozobra y con la fuerza encantada de esas primeras vivencias:
“Y así fue, ramazón y esbelto tallo,
a nuestro lado el flamboyán creciendo,
hasta mirar su florecer en llamas
arder encima de nuestras cabezas.
Florecido quedó frente a la casa
en la mañana inicio de la ausencia” 8
La íntima vocación de sus versos es toda una ofrenda al recuerdo. El ser que mora en sus poemas, es el que escucha vigilante las voces de las evocaciones y sus encantos, pero, la que escucha esas voces es en esencia, la niña y la adolescente que juega con ellas, así es, como la contemplación del mundo real y el imaginado irradia desde la mirada de la infancia en la poetisa:
“Perderse en el cañaveral de tarde
cuando están entreabriendo los jazmines.
Entre ese mar de cepas enlazadas
hundirse, caminando sin caminos.
Crecen allí escondidos los salvajes
jazmineros de tarde florecidos,
sus colores saliéndonos al paso
blancos, rojos, morados, amarillos.” 8
La vida de Luisa del Valle Silva fue arquetípica en varios sentidos. En un país dominado por el hombre hasta sus más profundas venas espirituales, en una sociedad que condicionaba a la mujer a la rutina, atrapada en un mundo diseñado para la mujer por el hombre, se hizo reconocer y respetar por su intelecto y su esfuerzo personal, sin arredrarse ante las causas justas y revolucionarias en las que se comprometía sin temor, y hasta el final siguió creyendo en una justicia de igualdad de género y en su propio valor como mujer y poetisa.
“un tímido revuelo de sonrisa
por entre los recuerdos aleteando
y una venda de sol sobre la herida,
así fortalecidos regresamos
del remoto país donde subsiste
nuestra niñez sin tiempo y sin espacio” 8
Hasta aquí, la lectura de un poemario henchido de evocaciones de la infancia de la autora, signado por el retorno de esos recuerdos, rememorando un espacio y un tiempo, la poetisa es quien se escucha a sí misma y es a la vez el personaje en los poemas de “Sin tiempo y sin espacio”, poemario de hondas resonancias líricas del recuerdo de la infancia.
Luisa del Valle Silva, fallece repentinamente, la madrugada del 26 de julio de 1962, en la ciudad capital, Caracas.
Acojamos las palabras de Enriqueta Arvelo Larriva: “Pido que ella, tan tierna y enraizada, no sea maltratada (ay, como tantos de nuestros poetas) con un pronto y férreo olvido.”3
Obra Poética de Luisa del Valle Silva:
Ventanas de ensueño. Editorial Elite. 1930.
Humo: poemas, 1926-1929; Imp. La Verónica. La Habana. Cuba. 1941.
Amor: poemas, 1929-1940. Imp. La Verónica. La Habana. Cuba. 1941.
Luz: poemas, 1930-1940. Imp. La Verónica. La Habana. Cuba. 1941.
En Silencio. Lírica Hispánica. Caracas. 1961.
Poesía. Serie: Cuadernos literarios de la Asociación de Escritores Venezolanos. Editorial Arte. Caracas. 1962.
Sin tiempo y sin espacio. Arte. Caracas. 1963.
Amanecer. Publicaciones del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes. INCIBA. Colección Puente Dorado. Caracas. 1968.
Antología poética. Publicación en Cuadernos literarios de la Asociación de Escritores Venezolanos. Caracas. 1980.
Referencias Bibliográficas
1. Compilación de Otto D’Sola. Prólogo de Mariano Picón Salas. Antología de la moderna poesía venezolana. Caracas.1984.
2. Rafael Arráiz Lucca. El coro de las voces solitarias: Una historia de la poesía venezolana. Fondo Editorial Sentido. Caracas. 2002.
3. Luisa del Valle Silva Antología poética.. Monte Ávila Editores Latinoamericana. Caracas. 2004.
4. Yolanda Pantin, Ana Teresa Torres El hilo de la voz: antología crítica de escritoras venezolanas del siglo XX. Fundación Polar. Angria Ediciones. Caracas. 2003.
5. Semanario “El Popular”, Caracas, 25 de mayo de 1936.
6. Jesús Sanoja Hernández. Las Mujeres bajo el gomecismo, Del Silencio al estallido, Diario “El Nacional”, Caracas, 8 de marzo de 1978.
7. Márgara Russotto La perspectiva del género en la escritura de la modernización venezolana. Folios, revista de Monte Ávila, Nº 31-32. febrero-abril. Caracas.1998.
8. Luisa del Valle Silva. Sin tiempo y sin espacio. Caracas: Arte. 1963.
9. Pedro Díaz Seijas. Historia y Antología de la Literatura Venezolana. Capítulo. Poetas en transición. Editorial Armitano. 1981.
María Cristina Solaeche, escritora venezolana. Miembro del Círculo de Escritores de Venezuela
sábado, 13 de noviembre de 2010
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