Por Carmen Cristina Wolf
Caracas, agosto 2010
El poema es un universo que comienza y termina en sí mismo. Un avezado lector está atento a cada una de las palabras, a su lugar en la frase y a los silencios del poema, formados por los blancos entre un verso y otro. Jean Cohen, en El lenguaje de la poesía, escribe: “El poeta tiene como único fin construir un mundo desespacializado y desestemporalizado, en el que todo se da como una totalidad consumada: la cosa, sin exterior (…) sin antes ni después”.
Aproximación al Poema
Todo cuanto pensamos y sentimos, lo imaginario y lo real, puede ser transformado en poema. Una vez escrito, el poema es propiedad de quien lo haga suyo, no de quien lo escribió. Berkeley decía que el sabor de la manzana no está en la manzana, sino en el encuentro de la manzana con el paladar, así el ser del poema se sustenta en el encuentro entre el poema y quien lo lee o lo escucha. El poema existe a medias cuando no es leído. Y cuando el poeta dice que a él no le importa si lo leen o no, me permito dudar de su sinceridad, porque no hay nada más gratificante que encontrar a alguien conmovido con un verso escrito por nosotros.
Sin pretender imposibles definiciones, recuerdo a Octavio Paz cuando dice que el poema es una obra única, irrepetible, insustituible, es una unidad autosuficiente, sin valor de cambio ni utilidad tangible. No es fácil poner a las palabras a decir lo que el poeta quiere que digan. Él libera las palabras de los lugares comunes, las desgrana como las cuentas de un collar y vuelve a reunirlas en su condición de amigas, gracias a las frases: sonido-silencio, sonido-silencio y así. La catedrática española Rosa Navarro Durán, nos recuerda que el poema está hecho en parte de “no palabra –el blanco y su papel en la configuración del poema.” Un poema es un mundo aparentemente cercado por el blanco de la página, pero esa valla se abre a la infinitud de interpretaciones y emociones que éste crea. Una atmósfera que puede suscitar ideas, sensaciones, sentimientos o evocaciones. Sentiremos asombro, admiración, ternura, rabia, espanto, alegría, dolor, nostalgia, desolación. Pero cuando somos “tocados” por un poema, jamás nos dejará indiferentes.
Lenguaje poético
El español Jorge Guillén, refiriéndose a las palabras “poéticas”, escribe lo siguiente: “La poesía no requiere ningún especial lenguaje poético. Ninguna palabra está de antemano excluida (…) la palabra rosa, no es más poética que la palabra política.” El vocablo “tiempo”, no es más poético que usar la palabra “anticipado”. Todo depende de la intencionalidad y del contexto. Leamos estos versos del poeta venezolano Dionisio Aymará (1928-1999): “Déjame con estos ojos que me saben / a tierra anticipada /con esta sien vecina de otro mundo / con estos pies errantes / y este cuerpo habituado / al castigo de mi alma / ahora déjame / estación de la lluvia / nocturna amiga que me hieres / con tu lenguaje demasiado próximo a la ceniza / quiero estar con el pecho desnudo / con la cabeza terriblemente lúcida / debajo de tus sábanas transparentes” (Antología Poética del Círculo de Escritores de Venezuela 2005).
Las palabras que duermen en el diccionario, cobran vida y transforman su sentido cuando son empleadas y relacionadas con maestría. Nos situarán en una instancia que puede ser confesional, íntimista, onírica, mística o filosófica, situándonos en una habitación, una playa solitaria, en el bullicio de la ciudad, en una casa fantasmagórica o llena de vida. Y, en definitiva, la sensibilidad del lector acostumbrado a leer poesía, lo llevará a descifrar, más allá de los escenarios y de las cosas, aquello que el escritor albergaba dentro de sí al momento de escribir el poema. Al leer, surge una comunicación del lector, en primer lugar, con el texto. Si el poema atrapa su atención, en las lecturas posteriores se entabla una complicidad con el poeta. Y hacemos nuestras ciertas visiones y maneras de nombrar las cosas.
El poema es una confesión de fe en el lenguaje. El escritor puede o no creer en Dios, puede amar la vida o aborrecerla, creer que el ser humano es bueno, o malo, o ambas cosas, no creer absolutamente en nada. Aun así, el poema es una confesión de fe.
Leamos este poema del peruano-español Alfredo Pérez Alencart, que merece varias lecturas, aun para el no creyente, por la carga ética y mística que no obedece a una intención premeditada, sino que surge de un sentimiento apasionado y profundo:
“Señoréate en mí, Hijo cuyas señales me cristianizan;
y condéname a cadena perpetua si veo y enmudezco,
si oigo fogosas soberbias y el interés me compra,
me vende, me prostituye sin desmayo, cautivo del lujo
procesionante, embotado hasta hacerme el dormido
que religiosamente cumplió con su cuota de aleluyas. (…)”
(Cristo del alma, Editorial Verbum 2009)
El auténtico poema no es una cuestión de inspiración. Una persona puede estallar de emoción, con cien ideas en la cabeza, y no lograr escribir un poema que trascienda el paso del tiempo. Se aprende a escribir, y es el fruto de una larga paciencia y de un intenso trabajo. Dice García Lorca: “Si es que soy poeta por la gracia de Dios, o del demonio, también lo es que lo soy gracias a la técnica y al esfuerzo, y a saber de una manera absoluta, lo que es un poema.” Mi abuela hacía dulce de lechosa en diciembre. Al comenzar, sólo se veían trozos de fruta por aquí, mondaduras por allá, papelón rallado más acá, todo desunido y sin gracia. Ella sabía bien la receta. A las pocas horas, aparecían los cuencos rebosantes de un manjar casi transparente y ambarino, una maravilla de sabor. Así son los poetas que nos marcan para siempre. Unas cuantas palabras normales y corrientes, ¡y se hace el milagro!
Leer poesía
Leer poesía es como probar vinos de tierras y años distintos. Un cabernet sauvignon, el carménère, el merlot, el chardonnay, etc., serán igualmente apreciados si son buenos caldos. Leer a los poetas del Siglo de Oro, a los románticos o a los contemporáneos ofrece un deleite especial. Igual sentiremos fascinación al leer los poemas de Propercio y de Quevedo, Baudelaire, Rimbaud o Rilke, los versos de Vallejo o de Huidobro, Cadenas, Montejo, Jorge Luis Borges o Pessoa. Por eso, es de apreciar a los Editores de libros y revistas, que dedican tiempo y esfuerzo a publicar poesía, como es el caso del Papel Literario de El Nacional, PublicArte, El Librero, El Salmón, Poda y otras que ahora se me escapan.
Hasta aquí llega este breve acercamiento al tema, con unos versos de Rainer María Rilke que dedico a los escritores que habitan cercanos a mi espíritu:
“No te empeñes en comprender la vida
y será para ti como una fiesta.
Acepta, pues, los días
como del viento, el niño en su camino,
recibe flores.
Si se empeñara en recogerlas. Esta
lluvia a su espíritu no llegaría.
Dulcemente las sueltas de su pelo
donde eran tiernamente prisioneras
y a través de sus años juveniles
tiende sus manos hacia nuevas flores “
(Traducción de Enrique Sordo, Bolsilibros Eduven)
Twitter: @literaturayvida
miércoles, 1 de septiembre de 2010
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