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lunes, 5 de julio de 2010


La última muerte de Simóneltriste
por Carmen Cristina Wolf
Septiembre 2006

¡Paz, paz! No está muerto ni duerme.
Ya despertó del sueño de la vida.
Somos nosotros los que perdidos en visiones
turbulentas reñimos con fantasmas
una inútil batalla y en trance de locura
apuñalamos con la daga del espíritu
invulnerables nadas.
P. B. Shelley, Adonais,
fragmento del poema XXXIX

Desgarradora La última muerte de Simón el triste, novela de Eduardo Casanova publicada en Caracas por la editorial Actum 2005. Venezuela es un país donde desde hace décadas apenas existe crítica literaria, y duele la ausencia de un análisis profundo de esta novela, que en otros países sería objeto de amplios estudios, tanto por la singular interpretación histórica de su autor como por la atrayente escritura y la compleja yuxtaposición de los tiempos que sorprende al lector.

Casanova es un novelista venezolano con oficio de larga data. Entre sus obras más conocidas se encuentran Los Caballos de la cólera, La agonía del Macho Luna, Hacia la noche, Las alegres campanas de la muerte, la tetralogía Cuarteto en Sol, y El solo de saxofón. Recientemente publicó un ensayo dedicado a la vida y obra del Libertador. Por su obra narrativa le fue otorgado el Premio Guillermo Meneses en el año 2000.

Esta novela nos enfrenta a los últimos instantes en la vida del Libertador Simón Bolívar. Narra también pasajes de su niñez y adolescencia, el inmenso amor que profesó a su esposa María Teresa, su aprendizaje con el maestro Don Simón Rodríguez, viajes, amores y amoríos, batallas, derrotas, duelos, culpas, fantasmas de la memoria. Todo ello escrito con descarnada crudeza y vehemencia, no a la manera de los historiadores o de los fanáticos, sino a modo de puñal que desgarra las apariencias peripuestas del discurso oficial.

Conmueve el trasluz poético de algunos de sus párrafos, como el que sigue:

... noche noche llena de metáforas incestuosas y de falsas armonías que se convierten en trébol cuando florece la lluvia noche noche vacía de palabras blandas y perdones pronunciados como cualquier otro rito (...). Así es la palabra de Casanova en esta novela, vacía de blanduras y de monsergas salvadoras.

En su agonía, Bolívar siente la presencia de un hombre ¿idéntico a él, frágil? Y sin embargo inspira miedo. Como en un mal sueño, trata de hablar con él y no puede, permanece inmóvil y siente como si el aire fuera "agua salada de mortaja": (...) Simón, yo soy tu muerte, he estado contigo desde el mismo día en que naciste (...) estuve contigo cuando tus primeras muertes.

El diálogo con su yo revela la densidad del pensamiento filosófico de Eduardo Casanova, sus reflexiones sobre el ser y el existir, la nada reflexiva y el Todo, inabarcable y siempre enigmático. Simón el triste hace un recuento del fracaso de sus sueños: ¡cómo saldré de este opaco laberinto! Siento que me envuelven espirales de colores dibujados por las manos de la muerte mientras cantan una fúnebre tonada las almas de los que creyeron en mis ojos y me ha abandonado mi cuerpo me ha abandonado fracasé me equivoqué desde el primer momento mi vida ha sido un fracaso total (...). Esta confesión desgarradora traspasa las épocas y cae en saco roto su reclamo a las recientes generaciones de gobernantes, líderes y grupos de poder:

... se aprovecharán de mi nombre para saciar sus pequeñas ambiciones y seguir engañando a los miserables mi nombre mi gloria malditos sean mi nombre y mi gloria que sólo han servido para que otros medren (...)

Casanova narra fragmentos de los primeros años de Bolívar, parece como si fueran recuerdos del enfermo en duermevela mezclados con lo que pudo haber sido la realidad: Todo el mundo había sentido la presencia de la muerte, de la negra nube que se acercaba y se alejaba de los ojos tristes del general, Simón el triste, convertido en su propia sombra llena de arrugas y de lágrimas contenidas. El 24 de julio cumplió 47 años de vida, y nadie se acordó de la fecha. (...) La última compañera pisotea toda vanidad, todo combate ganado o perdido. La vida, hecha de fugacidades en perpetuo instante de la extrañeza, no lleva camino cierto. Camino somos cada uno de nosotros, que nos vamos haciendo en la medida de nuestros tropiezos, aciertos y caídas.



La novela de Eduardo Casanova atrae como fuente insondable y conmueve mi ser. No se puede permanecer indiferente a la narración, no se puede dejar de reflexionar acerca de nuestras acciones, omisiones, bondades y egoísmos. Y se siente la exquisita angustia ante la muerte:

Recuerde el alma dormida
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida
cómo se viene la muerte
tan callando. (...)
Jorge Manrique, Coplas por la muerte de su padre

Así, Bolívar solo y postrado entre sus dolores y fantasmas, ¡cuánto añoraría la despedida de este mundo a pesar del temor a lo abismal. A cada ser humano que agoniza cuánto nos gustaría decirle los versos del Adonais de Shelley: ¡Paz, paz! No está muerto ni duerme. / Ya despertó del sueño de la vida. Quisiéramos desesperadamente no pensar en las palabras que pronuncia Hamlet en la escena IV:

... Quién podrá tolerar tanta opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de una vida incómoda, si no fuese por el temor de que exista alguna cosa más allá de la muerte, aquél país desconocido de cuyos límites ningún caminante torna (...)

Somos la nada que interroga y luchamos cada día, cada hora, cada segundo por olvidarlo. Somos presencia en un viaje hecho de fugacidades viviendo en perpetuo instante de extrañeza. Somos nada preñada de ser. Así me gusta creerlo. Así lo creo.

Ahora deseo liberar al espíritu de su prisión de sueños con este pasaje de la novela de Eduardo Casanova:

... Dios se hizo hombre, se encarnó en Cristo y es todos nosotros. Todos nosotros somos Dios. Todos somos Dios. La paz invadió las facciones del moribundo. (...)

Si ya no se encuentra respuesta ante la pregunta de la muerte, sólo queda decir ¡Oh feliz muerte!

Gracias a Eduardo Casanova por esta novela admirable